lunes, 29 de junio de 2015

LA TIERRA EN EL SISTEMA SOLAR


    Los fenómenos geológicos que se han desarrollado y se siguen desarrollando en el interior y zonas externas de nuestro planeta, son una consecuencia remota de la historia evolutiva de una pequeña parcela del Universo, el sistema planetario solar, formado hace unos 4.600 M.A. La materia que constituye nuestro sistema está concentrada en la estrella central, el Sol, donde predominan las partículas elementales subatómicas y átomos ligeros (H y He, principalmente) y, en muy pequeña parte (0,1%), en los planetas y sus satélites. Dentro de éstos, los más cercanos al sol son relativamente pequeños, pero de densidad elevada (Mercurio, Venus, la Tierra > 5; Marte ≈ 4), mientras que los planetas externos, excepto Plutón, son de mayor tamaño y menor densidad (Júpiter, Urano y Neptuno < 2; Saturno < 1). En los planetas internos, en su mayor parte sólidos, los elementos más abundantes en conjunto son el Si, O, Fe, y Mg. En cambio, en los planetas externos más ligeros, parecen predominar los elementos químicos de menor peso atómico o sus combinaciones moleculares (agua, amoniaco, metano, etc.).
     Estrellas con sistemas planetarios a su alrededor son muy poco frecuentes en el Universo, y su origen, así como la especial distribución de la materia en el Sistema Solar, es un asunto aún no dilucidado, aunque a lo largo de la evolución del pensamiento científico se han repetido siempre dos líneas de hipótesis:

·         Una, en la que los sistemas planetarios son el resultado de la concentración por acreción de la materia dispersa, en forma de meteoritos o planetesimales, dentro de una nebulosa giratoria en su zona central (el Sol), o en regiones localizadas (los planetas).
·         Otra, en la que los sistemas planetarios resultarían de la aproximación de dos estrellas; la atracción gravitatoria mutua podría producir deformaciones y desgajes de la más ligera, que se concentrarían posteriormente como planetas, después del paso de la estrella causante de la deformación.

     Las hipótesis del primer tipo, que fueron ideadas hace casi dos siglos por Laplace, parecen tener hoy más partidarios, una vez que se han superado los grandes inconvenientes que tenía esta hipótesis, por estar concentrada la mayor cantidad de momento angular en los planetas, no obstante tener una cantidad de masa que es insignificante en relación con el Sol.
     En las hipótesis en que se pensaba que los planetas procedían de desgajamientos del sol, había que admitir que aquéllos debieron pasar por un período inicial de temperaturas análogas a las que existen en la estrella central, como consecuencia de las reacciones de síntesis nuclear. En la actualidad, una serie de hechos y razonamientos apoyan más la idea de que la Tierra, como los otros planetas, se formó por acrección y coalescencia de materia inicialmente dispersa; este proceso tuvo lugar a temperaturas de pocos centenares de grados, inferiores a las que en fases sucesivas pudo alcanzar como consecuencia de la concentración de la materia en un cuerpo individualizado.

     Los componentes minerales que se encuentran en algunos meteoritos, fragmentos de materia del Sistema Solar, que probablemente proceden de la zona orbital de los Asteroides, situada entre las de Marte y Júpiter, (figura 1) indican temperaturas de formación inferiores a las necesarias para sufrir fusión.
Figura 1Sistema Solar  y su cinturón de asteroides
     Aunque el mecanismo de individualización inicial de nuestro planeta sea hipotético, dos factores principales están en la raíz de toda su historia y su dinámica posterior: uno de ellos es la cantidad de masa que en él esta acumulada, pues esta masa crea campo gravitatorio y condiciona la presión interna; otro es la naturaleza y composición de esta masa, pues otra fuente energética intrínseca de la Tierra es el calor interno que, en su mayor parte, procede de la evolución de la energía que se libera en la desintegración de isótopos radiactivos, que aún no han desaparecido desde la formación de la tierra como planeta.
     Esta cantidad y calidad de masa del planeta, condicionó y sigue condicionando todos los fenómenos geológicos y no geológicos que se desarrollaron en la historia del mismo, de tal manera que si hubiera sido diferente o de otra clase, este cuerpo celeste sería muy distinto de lo que es en la actualidad.

     Por poner un ejemplo minúsculo en este sentido, si la masa de la tierra hubiera sido superior o inferior en un 5% de lo que es, el sólo efecto de modificación de la aceleración de la gravedad, haría cambiar notablemente la densidad y composición de la atmosfera y de la hidrosfera, modificando radicalmente las condiciones de desarrollo  de la biosfera. De la misma manera, si la cantidad de isótopos  radiactivos que existen en las rocas profundas, que es una centésimas de unidad  por cada millón de unidades  de roca que se considera, fuera de unas décimas de unidad por millón, las modificaciones de la historia térmica y evolución energética del planeta serian casi inimaginables en sus consecuencias. Estas elucubraciones no tienen sentido, si no es para poner de manifiesto que la Tierra a seguido su propia historia evolutiva en el Sistema Solar, y que esta historia no es igual a la de cualquier otro cuerpo celeste, especialmente en sus aspectos cuantitativos, por estar condicionada por su masa, composición y energía.
  Otro aspecto que interesa resaltar es que nuestro planeta, aunque se individualizo como tal hace 4,6 millares de millones de años (El hombre está sobre la Tierra desde hace menos de un millón de años), no ha finalizado su evolución, existiendo un trasiego constante de materia y energía entre zonas interiores y exteriores. Esta dinámica, de la cual son pequeños reflejos de los terremotos o las erupciones volcánicas que se generan en el interior, o los procesos de erosión o sedimentación que podemos observar diariamente, se desarrolla a una velocidad muy reducida, si se mide en las unidades de tiempo usuales para el hombre; pero está ocasionando una continua modificación del interior y de la faz de la Tierra, a la que con la deformación antropomórfica de adaptar todos los hechos a nuestras escalas temporales y espaciales, considerando instintivamente como algo inmutable.   


Fuente: Geodiversidad

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